¡Cuán duro es el camino de la incredulidad! En lugar del rocío de su bendición, el pueblo recibe la ira de Dios. Sólo dos escapan de la ira: los que tuvieron fe para creer (Josué y Caleb) y los inocentes (los niños). Para el resto del pueblo la verdad es: “No estoy entre vosotros” (v. 42Y Jehová me dijo: Diles: No subáis, ni peleéis, pues no estoy entre vosotros; para que no seáis derrotados por vuestros enemigos.).
El camino de la incredulidad lleva a la rebeldía, está pavimentado con la altivez y engalanado con lo absurdo, pero su fin es siempre el llanto y la amargura. He aquí lo absurdo: Cuando Moisés dijo que Jehová pelearía con ellos si subían contra el cananeo dijeron: “No podemos”. Pero, cuando les dice que Jehová no está más con ellos, preparan armas y deciden ir a pelear.
Lo que la falta de fe vio como imposible, su obstinación vio fácil. No es de admirarse que Dios permitiera tan horrible derrota e impartiera tan drástico castigo.
Estemos advertidos: Dios no se complace de la incredulidad. No dejemos que una pequeña semilla de duda nos aleje para siempre de sus bendiciones. También notemos que son sin valor el arrepentimiento y las lágrimas cuando no hay fe (v. 45Y volvisteis y llorasteis delante de Jehová, pero Jehová no escuchó vuestra voz, ni os prestó oído. ).