La nación será lo que en el hogar se enseñe. La responsabilidad de un padre es enorme. Educar a los hijos no es cosa fácil y es imposible si no se siguen los decretos de Dios. Estos son:
1. Mi corazón debe estar bajo su control (v. 6Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón). Nada debe entrar o salir de mi vida que no esté de acuerdo a sus mandamientos.
2. Mi vida privada (casa) y mi vida pública (camino) deben ser un testimonio viviente de lo buena y justa que es la ley de Dios. Esto debe incluir también mis proyectos: al concluirlos (acostarme) o al planearlos (levantarme), debo dejar ver que Dios tiene el control (v. 7y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.).
3. Lo que hago (manos), lo que observo (ojos) y lo que permito (puertas), debe ser examinado frente a la luz de sus estatutos (vs. 8,98Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; 9y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.).
La frase: “Las repetirás a tus hijos” que encontramos muy a menudo, no debe llevarnos a pensar en la voz fría de un testigo que dice lo que vio y oyó, sino en la acción de un maestro que busca impartir lo que aprendió. Nuestra vida debe respaldar fuertemente nuestra enseñanza si deseamos lograr este objetivo.