Cuando el sacerdote entraba en el lugar santísimo debía lavar su cuerpo y vestirse de calzoncillos, túnica, cinto y mitra (v. 4Se vestirá la túnica santa de lino, y sobre su cuerpo tendrá calzoncillos de lino, y se ceñirá el cinto de lino, y con la mitra de lino se cubrirá. Son las santas vestiduras; con ellas se ha de vestir después de lavar su cuerpo con agua.). Esto nos recuerda cómo debemos entrar hoy a la presencia de Dios, aunque la lección debe verse en su sentido espiritual.
1. Limpieza. El pecado cometido ya debía estar perdonado y cubierto por una ofrenda. Esta limpieza es para quitar el polvo del camino: cosas que vieron nuestros ojos o preocupaciones que llenan nuestra mente y nos impiden estar en comunión con Dios.
2. Vergüenza cubierta. Ya no entramos como pecadores, aunque aún estamos en la carne. Entramos como hijos, hechos “aceptos en el Amado” (Ef. 1:6para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado).
3. Vestidos de una túnica que es la virtud y el poder de Cristo que hoy nos cubre.
4. Con un cinto que habla de preparación y disposición para servir.
5. Con una mitra que habla de la vocación a que hemos sido llamados y para la cual hemos sido ungidos por el Espíritu.
¿Portamos todo esto cuando entramos a la presencia de Dios?