En esta porción leemos de acciones que no se presentan como excusas sino como razones del pecado:
1. El temor o miedo, que impide decir la verdad en la corte (v. 1Si alguno pecare por haber sido llamado a testificar, y fuere testigo que vio, o supo, y no lo denunciare, él llevará su pecado.).
2. La suposición, tocar un animal porque se suponía que estaba vivo (v. 2Asimismo la persona que hubiere tocado cualquiera cosa inmunda, sea cadáver de bestia inmunda, o cadáver de animal inmundo, o cadáver de reptil inmundo, bien que no lo supiere, será inmunda y habrá delinquido. ).
3. El descuido, tropezar con algo en el camino (v. 3O si tocare inmundicia de hombre, cualquiera inmundicia suya con que fuere inmundo, y no lo echare de ver, si después llegare a saberlo, será culpable. ).
4. La ignorancia, hacer algo sin entenderlo bien (v. 4O si alguno jurare a la ligera con sus labios hacer mal o hacer bien, en cualquiera cosa que el hombre profiere con juramento, y él no lo entendiere; si después lo entiende, será culpable por cualquiera de estas cosas. ).
El que hacía esto, había pecado. Al momento de darse cuenta de su error debía acudir al altar con su ofrenda para buscar la expiación por su culpa, pero antes debía haber confesión.
No entendamos por confesión la exposición frente a Dios de todas las razones que me indujeron a pecar. Confesar mi pecado no equivale a contar mi historia, pues al contarla, casi siempre, busco excusarme y demostrar que fue inevitable pecar; tal vez reconozco que cometí tal o cual acción, pero también pretendo argumentar que no tuve la culpa.
Si no tuve la culpa, ¿qué culpa es la que busco expiar? Aprendamos a decir de corazón las palabras de David: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos” (Sal. 51:4Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio.).