En cumplimiento de su promesa (v. 45No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió.), Dios concede satisfacción, permite sosiego y garantiza seguridad a todo el pueblo. Pero el pueblo ha tenido que cumplir, paso a paso, con lo que por boca de Moisés les había mandado.
Ya hemos notado que cada cumplimiento de un deber trae consigo una gran bendición. Los coatitas, meraritas y gersonitas tuvieron como responsabilidad el cargar las cosas del tabernáculo en su trayectoria por el desierto y, viendo que había sido levantado el tabernáculo en Silo, pedían con toda justicia que se les diera descanso también a ellos (v. 2y les hablaron en Silo en la tierra de Canaán, diciendo: Jehová mandó por medio de Moisés que nos fuesen dadas ciudades donde habitar, con sus ejidos para nuestros ganados.). Los que ya habían recibido posesión fueron instruidos a dar de sus ciudades a los levitas según su heredad (Nm. 35:8Y en cuanto a las ciudades que diereis de la heredad de los hijos de Israel, del que tiene mucho tomaréis mucho, y del que tiene poco tomaréis poco; cada uno dará de sus ciudades a los levitas según la posesión que heredará.).
Lo mismo sucede hoy con el pueblo de Dios, la iglesia. Somos llamados a participar de lo que Dios nos ha dado con los que trabajan en predicar, enseñar y cuyo gobierno sea digno de encomio (Gá. 6:6El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye.; 1 Ti. 5:17Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar.).
Cuando el pueblo obedece, hay bendición, las responsabilidades son compartidas y las promesas de Dios se cumplen.