¿Habrá una figura más elocuente de lo que es la terquedad? No es un terreno empedrado, es una ladera con peñascos gigantescos, ¡y un hombre unce sus bueyes y espera que su arado abra surcos!
Pero no nos burlemos de él. Dios usó la figura porque así nos ve a nosotros. “¿Por qué habéis vosotros convertido el juicio en veneno, y el fruto de justicia en ajenjo?” (v. 12¿Correrán los caballos por las peñas? ¿Ararán en ellas con bueyes? ¿Por qué habéis vosotros convertido el juicio en veneno, y el fruto de justicia en ajenjo?).
La terquedad se veía en tres aspectos:
1) Insistían en buscar seguridad entre las naciones vecinas (v. 1¡Ay de los reposados en Sion, y de los confiados en el monte de Samaria, los notables y principales entre las naciones, a los cuales acude la casa de Israel!).
2) Insistían en buscar alegría pasajera para olvidar el día inevitable de juicio (vs. 3-63oh vosotros que dilatáis el día malo, y acercáis la silla de iniquidad. 4Duermen en camas de marfil, y reposan sobre sus lechos; y comen los corderos del rebaño, y los novillos de en medio del engordadero; 5gorjean al son de la flauta, e inventan instrumentos musicales, como David; 6beben vino en tazones, y se ungen con los ungüentos más preciosos; y no se afligen por el quebrantamiento de José. ).
3) Insistían en su filosofía sin fundamento: “¿No hemos adquirido poder con nuestra fuerza?” (v. 13Vosotros que os alegráis en nada, que decís: ¿No hemos adquirido poder con nuestra fuerza?).
Levantar nuestras normas, predicar nuestras filosofías, apoyarnos en argumentos de ciegos es llamar veneno al juicio de Dios; es decir, algo perjudicial; llamar al fruto de justicia ajenjo, es decir, que obedecer a Dios no trae placer al corazón.
Esto también es cierto en el contexto de la vida carnal y materialista del siglo veinte y uno. Todos los que piensan de esta manera son como el hombre que está tratando de arar en las peñas.