Pudiendo poner nuestros ojos en Jesús, el Invisible, Eterno e Infinito, se nos da, al estar en él, el poder participar en un reino diferente donde lo que rige no son leyes, ritos o ceremonias (cosas movibles que habrán de terminar), sino que lo que gobierna es la paz de Dios (Col. 3:15Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.), el amor de Cristo (2 Co. 5:14Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron) y la ley del Espíritu (Ro. 8:1,21Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. 2Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.), tres cosas inconmovibles.
Pudiendo, pues, pertenecer a tal reino, no está por demás la advertencia de no ser fornicarios (jugar con nuestro amor que debe ser sólo para Dios), o profanos (jugar con nuestras promesas), como lo fue Esaú (v. 16no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura.). Si la sangre de Abel clamó por justicia (v. 24a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.; Gn. 4:10Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.), ¡cuánto más la sangre de Cristo clamará contra los que la tienen por inmunda (10:29¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?)! No es ligera la condenación que está sobre la cabeza de los moradores de este siglo que viven bajo la antorcha de la sabiduría y los fulgores de la ciencia.
Busquemos acrecentar nuestra gratitud, no dejando de reunirnos a su mesa (10:25no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.) para que, motivados a su servicio, le agrademos “con temor y reverencia” (v. 28Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia).