En este primer capítulo se funden en uno lo eterno y lo presente, lo profundo y lo sencillo, el amor y la ingratitud.
Leemos del “que viene después”, pero “es antes” (vs. 15,2715Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo. 27Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado.). El Dios eterno escoge revelarse en el presente a través del Verbo.
Lo profundo lo encontramos en el por qué quiso Dios hacerse carne (v. 14Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.) y lo sencillo en el testimonio sin rodeos: “Vimos su gloria”.
Que Dios quiera que participemos de su plenitud (v. 16Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia.), es amor; que el mundo no le conociera (v. 10En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció.), es ingratitud.
Ante el tema del Verbo surgen dos ideas:
1. La luz. El poder que mora en Cristo y que ha de ser bendición a todo hombre que le reciba (vs. 4-94En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. 5La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. 6Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. 7Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. 8No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. 9Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.). ¡Hermosa figura de Cristo y su poder!
2. La voz. Juan el Bautista no sería tenedor de esta luz para pasarla a otros (v. 8No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz.), sólo hablaría de ella. Pensemos en esto al hablar de Cristo. Yo no he de ofrecer la salvación como mía, sólo señalar a Aquel que puede salvar. La forma en que Juan testifica del Verbo es un ejemplo de humildad que debemos imitar.