Las palabras que Saúl lanzó a su hijo Jonatán tenían toda la intención de hacerlo desistir de su lealtad por David. Las primeras palabras: “Hijo de la perversa y rebelde” (v. 30Entonces se encendió la ira de Saúl contra Jonatán, y le dijo: Hijo de la perversa y rebelde, ¿acaso no sé yo que tú has elegido al hijo de Isaí para confusión tuya, y para confusión de la vergüenza de tu madre?) más que burla buscaban herirlo en su orgullo, pero pasó la prueba y aguantó el ser anonadado ante los demás convidados a la fiesta.
En seguida el rey hace referencia a la honra que le debía a su madre: estaba por cometer una necedad ante los ojos de la mayoría, y esto traería tristeza a su madre (Pr. 10:1Los proverbios de Salomón. El hijo sabio alegra al padre, Pero el hijo necio es tristeza de su madre.). Pasa esta prueba pensando que nada que agrada a Dios, debiera avergonzar a sus padres y que, por consiguiente, las deducciones eran incorrectas.
Finalmente, su padre lo hace pensar en su futuro: mientras David viviera su trono no estaría seguro. Ante esto podemos pensar que no hay nada mejor que encomendar el futuro a Dios, y que, si está en sus manos, no hay nada que temer y menos hay razón para mostrar deslealtad.
La frase: “David lloró más” (v. 41Y luego que el muchacho se hubo ido, se levantó David del lado del sur, y se inclinó tres veces postrándose hasta la tierra; y besándose el uno al otro, lloraron el uno con el otro; y David lloró más.) nos deja ver que no le era fácil a David ser “el ungido de Jehová”, pues bien sabía que esto le había venido porque había sido señalado por Dios como sucesor de Saúl.