Alguien ha dicho que en la obra del Señor no hay “jubilación”. Lo que leímos hoy lo confirma. Samuel les demuestra el pecado que han cometido dejando a Jehová y después pide que Dios demuestre lo grande de su ira y lo horrendo de su castigo. Terminado su discurso (la tormenta), viene el diálogo (la calma). Es en este diálogo que encontramos profundas lecciones. Sabía la diferencia entre profeta y rey: si un profeta guiaba, la voz de Dios estaría en sus labios; si un rey estuviera al frente, el gobierno se basaría en la fortaleza humana, pero, a la desastrosa elección del pueblo no añadió su retiro a la retaguardia, sabía que todavía necesitaban de él y promete ante Dios continuar en dos ministerios propios de su edad avanzada y sumamente importantes para el pueblo (v. 23Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto.):
a) La Oración. Los ojos del anciano captan más fácilmente el peligro, ¿qué hacer? Rogar a Dios para que brinde su protección.
b) La Instrucción. Conocimiento y experiencia son el sello de un buen maestro y ambos están al alcance del anciano.
Los que estamos llegando a una posición como la de Samuel, notemos: es un pecado no orar y no instruir en el camino del Señor (v. 23Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto.).