La segunda epístola va dirigida a una mujer y ésta a un hombre. Menciona a tres personas:
1. GAYO. Vemos su vigor. Andaba en la verdad y el resultado era la prosperidad de su alma. Hoy, tristemente, es necesario invertir el orden del saludo que escribe Juan, porque desear a algunos que la prosperidad de su negocio fuera como la de su alma, sería exponerlos a la bancarrota.
2. DIÓTREFES. Vemos su vanidad. Resistía a la verdad. Aquellos a quienes Gayo encaminaba como era digno (v. 6), éste los expulsaba de la iglesia (v. 10). El orgullo de Diótrefes lo llevaba a hablar mal del apóstol y a imponer su criterio impío a los demás hermanos en la iglesia. Mucha culpa tienen los que se someten a los (y las) Diótrefes que aún buscan supremacía en la iglesia.
3. DEMETRIO. Vemos su virtud. Guardaba la verdad. El apóstol, todos los que lo conocían y, más importante aún, la verdad misma, daban testimonio de la buena conducta de este hermano.
Bueno sería que hubiera muchos Gayos y Demetrios en cada una de nuestras iglesias el día de hoy.