"Vuelve, y di a Ezequías, príncipe de mi pueblo: Así dice Jehová, el Dios de David tu padre: Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano; al tercer día subirás a la casa de Jehová."
Lo que Dios oye y lo que Dios ve, ¿modifica su respuesta a nuestras oraciones? Veamos lo que nos enseña esta historia.
"He oído..." Dios oye la voz del corazón, no nuestras palabras. Si oramos para ser vistos y decimos palabras para ser oídos por los hombres, esto no vale (Mt. 6:5-8). Además, Dios ya sabe cuál es nuestra necesidad y qué es lo que pensamos que es nuestra necesidad. La respuesta no vendrá hasta que estas dos cosas concuerden. Por esto se nos aconseja perseverar en la oración (Col. 4:2).
"He visto..." También, no son las lágrimas que salen de los ojos y bajan por las mejillas (Mt. 6:16-18), son las que se derraman en secreto, en el alma y del corazón (2 R. 20:2-4). Por ellas, Dios ve cuánto nos duele el pecado que cometimos o qué es lo que sentimos por las necesidades de otro y en la obra de Dios. También le dice cuánto apreciaremos y agradeceremos su respuesta, y esto es razonable, porque no va a derramar sus bendiciones a los que serán ingratos y menospreciadores.
Si Dios no te contesta, no lo culpes a él, busca en tu forma de orar las razones de su silencio.
Si hacemos cuentas (15:33; 16:2; 18:2), Ezequías conoció a su abuelo Jotam, quien fue un buen rey, cuando era niño (0-9 años), y a su padre Acaz, quien fue malo, cuando fue adolescente (9-25 años).
¿La vida de quién lo impactó más? La de su abuelo, pues fue un rey que temió a Dios e hizo lo recto.
El reinado de Ezequías se divide en dos: 15 años muy buenos y 14 donde comenzó a olvidarse de Dios.
Manasés, su hijo, nació en este segundo período (el de su decadencia) y leemos que "hizo lo malo ante los ojos de Jehová" (21:1,2). Otra vez: ¡Qué importante es el ejemplo!
El secreto de los años buenos de Ezequías fue la fe con que oraba, la buena comunicación con Dios y la obediencia a las palabras del profeta Isaías.
Para nosotros hoy, el secreto para que nuestra vida sea buen ejemplo a otros, está en la forma y en la frecuencia con que oramos y leemos la Biblia.
Ya vimos que los ojos de Dios ven nuestras lágrimas y sus oídos escuchan nuestras oraciones.
¿Con qué frecuencia usas este privilegio?
¿Qué es lo que le dices cuando hablas con él?