El río de aguas nos habla de las bendiciones de Dios. Notemos que, entre más nos adentramos en ellas, más nos cubren éstas.
Primero los pies: las bendiciones de Dios en nuestro andar cerca de él; luego hasta las rodillas: la comunión con Dios y la bendición de su amistad en los momentos de adoración; luego hasta los lomos: las bendiciones del que sirve, velando en oración con los lomos ceñidos; finalmente viene el nadar: el punto cumbre de la experiencia del que cree en Dios, quien habiendo dejado todo contacto con lo terrenal se lanza a confiar sólo en las promesas de Dios y encuentra, como el que nada, que el agua (las bendiciones de Dios) lo sostiene y le permite llegar a la orilla opuesta.
Esto de lanzarse, cual el aguilucho, que lo hace desde el nido en su primer vuelo, es una ilustración elocuente de lo que es confiar totalmente en Dios y en la fidelidad de sus promesas. Las aguas eran bendición a la ribera, haciendo crecer toda clase de ricos frutos que eran la vida para todo el que nadara en ellas.
¿Cómo es nuestra confianza en Dios?
Lancémonos a lo profundo para que aprendamos lo que de veras es vivir.