El rey de Judá también hizo lo malo ante los ojos de Jehová. Al quinto año de su reinado, Sisac, rey de Egipto, vació el templo y el palacio de los tesoros acumulados por Salomón.
Roboam, en vez de recuperar lo genuino y valioso, cubre las apariencias con escudos de bronce. ¿No hacemos lo mismo en la iglesia? El mundo nos roba el oro de la comunión con Dios, y en vez de reconocer nuestra pobreza y acudir a Dios que nos puede dar “oro refinado en fuego” (Ap. 3:18Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.), lo sustituimos por bronce.
Si alguno recuerda las palabras dirigidas a la iglesia en Laodicea, tal vez objetará las palabras dar oro que están líneas arriba, y tendrá razón. Dios nos invita a comprar de él el oro refinado. ¿Qué es esto? ¿Cómo se compra? La ley de Dios es deseable “más que el oro, y más que mucho oro afinado” (Sal. 19:10Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del panal.). Dios nos da su Palabra, pero hay un sentido en el cual tenemos que comprarla por esfuerzo nuestro: nos toca leerla y hacerla nuestra.
Compremos oro refinado. No nos conformemos con remedos de piedad cuando podemos conocer a Dios por medio de las Escrituras. Roboam murió pobre.