Podemos observar dos casos típicos:
1. Un hombre justo que vive en sus justicias, pero al fin peca. ¿Se pondrán sus hechos en una balanza? Si tiene más obras justas que injustas, ¿se librará del castigo? “La justicia del justo no lo librará” (v. 12Y tú, hijo de hombre, di a los hijos de tu pueblo: La justicia del justo no lo librará el día que se rebelare; y la impiedad del impío no le será estorbo el día que se volviere de su impiedad; y el justo no podrá vivir por su justicia el día que pecare.).
2. Un hombre impío que se convierte de su pecado y hace justicia. ¿Se pondrán sus hechos en la balanza? Si hay más malos que buenos, ¿ya no podrá gozar de la misericordia de Dios? “La impiedad del impío no le será estorbo” (v. 12Y tú, hijo de hombre, di a los hijos de tu pueblo: La justicia del justo no lo librará el día que se rebelare; y la impiedad del impío no le será estorbo el día que se volviere de su impiedad; y el justo no podrá vivir por su justicia el día que pecare.).
Esta enseñanza, dentro del evangelio de gracia, ha causado muchos tropiezos. Analicémosla para no caer en los errores que han provocado tanta confusión entre la cristiandad.
No dice que la salvación puede perderse.
Sí asegura que los hechos del hombre, sean buenos o malos, no hacen ninguna diferencia ante los ojos de Dios.
Esto es exactamente lo que presenta el evangelio. No somos salvos por obras ni vamos al infierno por ellas. Lo determinante es nuestra respuesta a la gracia de Dios: podemos aceptarla o rechazarla.
Como atalayas (v. 7A ti, pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. ) hemos de dar este mensaje y nuestra boca, como la del profeta, ha sido abierta (v. 22Y la mano de Jehová había sido sobre mí la tarde antes de llegar el fugitivo, y había abierto mi boca, hasta que vino a mí por la mañana; y abrió mi boca, y ya no más estuve callado.).