Tres millones de personas pasando por un desierto estéril, sin pasto, sin agua, sin camino visible sobre la arena, ¿qué iban a comer?, ¿qué beberían?, ¿quién les indicaría el camino?, ¿dónde encontrarían ropa y zapatos? La respuesta a estas y a muchas más preguntas que podrían hacerse está en una sola palabra: DIOS.
Así es con nosotros hoy. Peregrinamos por un desierto árido y estéril, no hay alimento espiritual en este mundo, no hay ruta marcada aparte de las palabras del Señor: “Yo soy el camino...” (Jn. 14:6Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.).
El pueblo de Israel tuvo una columna de nube que los guiaba de día y una columna de fuego que los alumbraba de noche. Así el creyente tiene la promesa: “El que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. ). El creyente, como el israelita, debe dar las riendas de su vida a Dios y confiar en él.
Detenerse o partir no era algo que se discutía, que se decidía por mayoría de votos o por el azar. Nada de eso. “Al mandato de Jehová acampaban, y al mandato de Jehová partían” (v. 23Al mandato de Jehová acampaban, y al mandato de Jehová partían, guardando la ordenanza de Jehová como Jehová lo había dicho por medio de Moisés.). Que todos nuestros movimientos sean dentro del marco de la voluntad de Dios.